lunes, 12 de enero de 2009

Introducción a la épica

Arremetimos contra los troyanos de golpe, igual que un enjambre de avispas enfurecido. A nuestro alrededor, las negras quillas de las naves retumbaban con nuestros gritos. Patroclo gritaba delante de todos, reluciente con las armas de Aquiles. Y los troyanos lo vieron. Deslumbrante, sobre el carro, al lado de Automedonte. Es Aquiles, pensaron. Y de pronto el desconcierto se apoderó de sus tropas , y la turbación devoró sus almas. El abismo de la muerte se abrió de par en par bajo sus pies, que intentaban escapar. La primera lanza que salió volando fue la de Patroclo, arrojada justo al corazón de la contienda: le dio a Pirecmes, el jefe de los peonios. Se le clavó en el hombro derecho, cayó con un grito, desaparecieron los peonios, presas del miedo, abandonando la nave sobre la que ya habían subido y de la que ya habían quemado cerca de la mitad. Patroclo hizo que apagaran el fuego, y luego se lanzó hacia las otras naves. Los troyanos no se arredraban, retrocedían pero no querían alejarse de las naves. El choque fue brutal, y durísimo. Uno tras otro todos nuestros héroes tuvieron que luchar y doblegar al enemigo; uno tras otro caían los troyanos hasta que aquello ya fue excesivo, incluso para ellos, y empezaron a dispersarse y a huir, como corderos perseguidos por una jauría de lobos feroces. Los cascos de los caballos levantaron una nube de polvo contra el cielo cuando se pusieron al galope. Huían, entre los gritos y el tumulto, cubriendo todas las sendas del horizonte. Y allí donde más densa era su fuga, allí se lanzaba Patroclo, gritando y matando: muchos hombres cayeron bajo sus manos, muchos carros se volcaron con estrépito. Pero la verdad es que él ansiaba encontrar a Héctor, para su propio honor y su propia gloria. Y lo vio. En un momento dado, en medio de los troyanos que intentaban, en su huida, cruzar de nuevo la fosa, lo vio y corrió tras él; a su alrededor había guerreros que huían, por todas partes; la fosa frenaba la carrera, lo hacía todo más difícil, saltaban los timones de los carros de los troyanos y los caballos se marchaban de allí al galope, como ríos desbordados. Pero Héctor... Héctor tenía la habilidad de los grandes guerreros: se movía en la batalla escrutando el sonido de las lanzas y el silbido de los dardos; sabía adónde ir, cómo moverse; sabía cuándo estar con sus compañeros y cuándo abandonarlos, sabía cómo esconderse y cómo dejarse ver. Se lo llevaron de allí, veloces como el viento, sus caballos, y Patroclo se dio entonces la vuelta, y empezó a llevar a los troyanos hacia las naves: les cortaba la retirada y los empujaba de nuevo junto a las naves: era allí donde quería acabar con todo y aniquilar; le dio a Prónoo en la parte del pecho que el escudo dejaba al descubierto, vio a Téstor que estaba agachado en su carro, como atontado, y lo traspasó con su lanza, justo aquí, en la mandíbula: la punta de bronce atravesó el cráneo. Patroclo levantó la lanza, como si hubiera pescado algo, y el cuerpo de Téstor se levantó por encima del borde del carro, con la boca abierta, y con una pedrada Patroclo le dio entre ceja y ceja a Erilao: dentro del yelmo la cabeza se partió por la mitad. Cayó al suelo el héroe y sobre él descendió la muerte que devora la vida; y también devoró las de Enmante, Antófero, Epaltes, Tlepólemo, Equio, Piris, Ifeo, Evipo, Polimelo: todos a manos de Patroclo. "¡Vergüenza! -se oyó la voz de Sarpedón, hijo de Zeus y jefe de los licios-. ¡Vergüenza! Huyendo delante de ese hombre. Yo me enfrentaré a ese hombre. Yo quiero saber quién es." Y se bajó del carro. Patroclo lo vio y se bajó él también. Estaban el uno frente el otro, como dos buitres que se pelean en una alta roca, con el pico curvado y ganchudas garras. Lentamente caminaron el uno contra el otro. La lanza de Sarpedón voló por encima del hombro izquierdo de Patroclo, pero la de Patroclo le dio de lleno en el pecho, donde está encerrado el corazón. Sarpedón cayó igual que una gran encina abatida por las hachas de los hombres para ser convertida en quilla de nave. A los pies de su carro quedó tendido, arañando con las manos entre estertores el polvo ensangrentado. Agonizaba como un animal...

Alessandro Baricco: Homero, Ilíada.

El texto que acabas de leer pertenece a una epopeya clásica -La Ilíada- y puede servirnos como introducción a la poesía épica medieval española, en la que se habla de las hazañas de nuestros héroes medievales. Las epopeyas cuentan el pasado fabuloso de los pueblos de la Edad Antigua. Sus protagonistas son dioses y héroes mitológicos. Este texto puede servirnos para analizar las características de los héroes.

CUESTIONES:

1. ¿Quién es el protagonista de esta historia?

2. ¿Puede considerarse un héroe? ¿Por qué?

3. ¿Qué cualidades le atribuye el narrador?

4. ¿Qué cualidades consideras como características de un héroe de hoy en día? Si quieres, para resolver esta pregunta puedes consultar estos enlaces:

a) Un héroe griego

b) Un héroe corriente

c) El deportista

d) El desmadre de los héroes (título de la crónica)

5. ¿Quién es tu héroe? ¿Por qué?

Fotografía: http://cyberwarriorblog.files.wordpress.com/2007/12/ayax-aquiles1.jpg

2 comentarios:

usuario dijo...

Para mí, un héroe de hoy no es el que más mata, sino el que expone su vida a la muerte con el fin de salvar a otras personas, aunque hay diferentes tipos de héroes: los que salvan algunos descubrimientos arqueológicos o héroes que salvan a personas, pero también se salva a sí mismos, como un piloto que salvó a ciento treinta y cinco personas.
Para mí, el auténtico héroe es el que expone su vida para salvar a otras personas.

Mi verdadero héroe no es una sola persona, sino un grupo de personas que son los bomberos que con el fin de salvar a otras personas muchas veces mueren en el intento.
(Carlos)

usuario dijo...

Para mí, un héroe tiene que ser buena persona, valiente y no hace falta nada más. Ah, y si tiene buen aspecto físico, mejor.

Mi héroe es mi madre, porque es una persona que siempre ayuda a los demás y siempre está cuando la necesitas.

(Olga)