martes, 20 de enero de 2009

El Mester de Clerecía

Aquí tienes algunos autores y algunas obras del Mester de Clerecía. ¿Podrías identificarlos? Pulsa en la ventana para verla más grande.

Wordle: Mester_de_clerecía

Licencia: http://www.wordle.net/


lunes, 19 de enero de 2009

La prosa medieval y el cuento moderno

A continuación, puedes leer dos relatos muy diferentes. Una vez que finalices, responde a las cuestiones planteadas al final:

CARTA SIN RESPUESTA

Una amiga había comentado mirándose al espejo: "Nadie me llama guapa, así que yo me lo digo muchas veces a mí misma para animarme". A Sofía, que nunca había recibido una carta de amor, se le ocurrió enviarse una, escrita por ella misma, pero firmada por un inventado Roberto Robles que vivía en Villalba. Para más verismo tomó el tren de cercanías y echó la carta en un buzón de esa localidad. Y de esa manera recibió muchas cartas, casi una a la semana Había que ver con qué ilusión abría el sobre y leía las dos o tres cuartillas manuscritas, con una letra recta, firma, que no se doblegaba a derecha ni a izquierda.

A veces, Roberto y ella tenían discusiones y hasta pequeños enfados, como ocurre con todas las parejas de enamorados. Roberto se empeñaba en que fueran a Benidorm una semana y ella le ponía excusas, por más que lo estuviera deseando. Le decía que no estaba segura de que compartir habitación durante siete días fuese una buena idea. Procuraba no obstante ser muy suave y persuasiva porque no quería perderle ni que se enfadara, pero Roberto tenía que comprender que llevaban muy poco tiempo de relaciones como para convivir así una semana.

En estas estaban cuando la última carta de Roberto no llegó. Esperá una semana, diez días, un mes, reclamó a Correos pero definitivamente la carta no llegó. Se sintió muy ofendida por el silencio. "¿Qué se habrá creído este?", le llegó a decir a una amiga.

Y nunca más le volvió a escribir, que ella no se iba a rebajar.

(Juan Pedro Aparicio: El juego del diábolo)


Cuento XII

Lo que sucedió a la zorra con un gallo


Ilustración del Cuento XII

Una vez hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, de este modo: Patronio, sabéis que, gracias a Dios, mis señoríos son grandes, pero no están todos juntos. Aunque tengo tierras muy bien defendidas, otras no lo están tanto y otras están muy lejos de las tierras donde mi poder es mayor. Cuando me encuentro en guerra con mis señores, los reyes, o con vecinos más poderosos que yo, muchos que se llaman mis amigos y algunos que me quieren aconsejar me atemorizan y asustan, aconsejándome que de ningún modo esté en mis señoríos más apartados, sino que me refugie en los que tienen mejores baluartes, defensas y bastiones, que están en el centro de mis tierras. Como os sé muy leal y muy entendido en estos asuntos, os pido vuestro consejo para hacer ahora lo más conveniente.

-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, en asuntos graves y problemáticos es muy arriesgado dar un consejo, pues muchas veces podemos equivocarnos, al no estar seguros de cómo terminarán las cosas. Con frecuencia vemos que, pensando una cosa, sale después otra muy distinta, porque lo que tememos que salga mal, sale luego bien, y lo que creíamos que saldría bien, luego resulta mal; por ello, si el consejero es hombre leal y de justa intención, cuando ha de dar un consejo se siente en grave apuro y, si no sale bien, queda el consejero humillado y desacreditado. Por cuanto os digo, señor conde, me gustaría evitarme el aconsejaros, pues se trata de una situación muy delicada y peligrosa, pero como queréis que sea yo quien os aconseje, y no puedo negarme, me gustaría mucho contaros lo que sucedió a un gallo con una zorra.

El conde le pidió que se lo contara.

-Señor conde -dijo Patronio-, había un buen hombre que tenía una casa en la montaña y que criaba muchas gallinas y gallos, además de otros animales. Sucedió que un día uno de sus gallos se alejó de la casa y se adentró en el campo, sin pensar en el peligro que podía correr, cuando lo vio la zorra, que se le fue acercando muy sigilosamente para matarlo. Al verla, el gallo se subió a un árbol que estaba un poco alejado de los otros. Viendo la zorra que el gallo estaba fuera de su alcance, tomó gran pesar porque se le había escapado y empezó a pensar cómo podía cogerlo. Fue derecha al árbol y comenzó a halagar al gallo, rogándole que bajase y siguiera su paseo por el campo; pero el gallo no se dejó convencer. Viendo la zorra que con halagos no conseguiría nada, empezó a amenazar diciéndole que, pues no se fiaba de ella, ya le buscaría motivos para arrepentirse. Mas como el gallo se sentía a salvo, no hacía caso de sus amenazas ni de sus halagos.

»Cuando la zorra comprendió que no podría engañarlo con estas tretas, se fue al árbol y se puso a roer su corteza con los dientes, dando grandes golpes con la cola en el tronco. El infeliz del gallo se atemorizó sin razón y, sin pensar que aquella amenaza de la zorra nunca podría hacerle daño, se llenó de miedo y quiso huir hacia los otros árboles donde esperaba encontrarse más seguro y, pues no podía llegar a la cima de la montaña, voló a otro árbol. Al ver la zorra que sin motivo se asustaba, empezó a perseguirlo de árbol en árbol, hasta que consiguió cogerlo y comérselo.

»Vos, señor Conde Lucanor, pues con tanta frecuencia os veis implicado en guerras que no podéis evitar, no os atemoricéis sin motivo ni temáis las amenazas o los dichos de nadie, pero tampoco debéis confiar en alguien que pueda haceros daño, sino esforzaos siempre por defender vuestras tierras más apartadas, que un hombre como vos, teniendo buenos soldados y alimentos, no corre peligro, aunque el lugar no esté muy bien fortificado. Y si por un miedo injustificado abandonáis los puestos más avanzados de vuestro señorío, estad seguro de que os irán quitando los otros hasta dejaros sin tierra; porque como demostréis miedo o debilidad, abandonando alguna de vuestras tierras, mayor empeño pondrán vuestros enemigos en quitaros las que todavía os queden. Además, si vos y los vuestros os mostráis débiles ante unos enemigos cada vez más envalentonados, llegará un momento en que os lo quiten todo; sin embargo, si defendéis bien lo primero, estaréis seguro, como lo habría estado el gallo si hubiera permanecido en el primer árbol. Por eso pienso que este cuento del gallo deberían saberlo todos los que tienen castillos y fortalezas a su cargo, para no dejarse atemorizar con amenazas o con engaños, ni con fosos ni con torres de madera, ni con otras armas parecidas que sólo sirven para infundir temor a los sitiados. Aún os añadiré otra cosa para que veáis que sólo os digo la verdad: jamás puede conquistarse una fortaleza sino escalando sus muros o minándolos, pero si el muro es alto las escaleras no sirven de nada. Y para minar unas murallas hace falta mucho tiempo. Y así, todas las fortalezas que se toman es porque a los sitiados les falta algo o porque sienten miedo sin motivo justificado. Por eso creo, señor conde, que los nobles como vos, e incluso quienes son menos poderosos, deben mirar bien qué acción defensiva emprenden, y llevarla a cabo sólo cuando no puedan evitarla o excusarla. Mas, iniciada la empresa, no debéis atemorizaros por nada del mundo, aunque haya motivos para ello, porque es bien sabido que, de quienes están en peligro, escapan mejor los que se defienden que los que huyen. Pensad, por último, que si un perrillo al que quiere matar un poderoso alano se queda quieto y le enseña los dientes, podrá escapar muchas veces, pero si huye, aunque sea un perro muy grande, será cogido y muerto enseguida.

Al conde le agradó mucho todo esto que Patronio le contó, obró según sus consejos y le fue muy bien.

Y como don Juan pensó que este era un buen cuento, lo mandó poner en este libro e hizo unos versos que dicen así:



No sientas miedo nunca sin razón


y defiéndete bien, como un varón.


Don Juan Manuel: El conde Lucanor (versión actualizada de Juan Vicedo).

REFLEXIONA SOBRE LOS CUENTOS:

1. ¿Por qué se pueden considerar cuentos estos dos textos?

2. ¿Quién es el narrador en cada caso? ¿Y el autor?

3. ¿Qué diferencias observas en cuanto a la finalidad o intencionalidad de los autores al crear cada uno de sus textos?

4. Después de lo que has contestado anteriormente, enumera las características de un cuento contemporáneo y las de un cuento medieval.

5. Creamos un texto.

Si te ha interesado el tema, puedes consultar estas páginas relacionadas con el mundo del cuento, extraídas de la Red:
Imagen: http://static.flickr.com/3192/2581709717_5d6cc3e9d1_m.jpg

viernes, 16 de enero de 2009

Libro de buen amor: breve antología

Nos encontramos ante un texto complejo, por lo que haremos una aproximación al libro desde diversos ángulos:

1. ¿Cómo es la mujer ideal?

Busca mujer hermosa, donosa y lozana,
que no sea muy alta, pero tampoco enana;
...

Busca mujer esbelta, de cabeza pequeña;
cabellos amarillos, no teñidos de alheña;
las cejas apartadas, largas, altas, arqueadas;
ancheta de caderas; ésta es talla de dueña.

Ojos grandes, salientes, coloridos, relucientes,
y de largas pestañas, separadas, aparentes;
las orejas pequeñas, delgadas; para mientes
si tiene el cuello alto: tal prefieren las gentes.

La nariz afilada, los dientes menudillos,
iguales y bien blancos, un poco apartadillos;
las encías bermejas, los dientes agudillos;
los labios de la boca bermejos, angostillos.

La boca pequeña, así de buena guisa;
su cara sea blanca, sin pelos, clara y lisa.
Procura tener mujer que la vea sin camisa,
que la talla del cuerpo te dirá: "Esto ha guisa".

2. ¿Cómo hay que tratarla?

No descuides la mujer, ya te lo dije suso;
mujer, molino y huerta siempre quieren mucho uso,
no guarda festividad en secreto ni excusado;
nunca quiere olvido, trovador lo compuso...

De no actuar así, le podrá suceder lo "lo que acontenció a don Pitas Payas, pintor de Bretaña". Lo puedes ver y escuchar en este vídeo:



3. El dinero en el mundo medieval.

Mucho puede el dinero y mucho es de apreciar:
al torpe hace bueno y hombre de respetar,
hace correr al cojo y al mudo hablar;
el que no tiene manos dineros quiere tomar...

Si tuvieses dineros, tendrás consolación,
placer y alegría, del Papa ración;
comprarás Paraíso, ganarás salvación;
donde hay muchos dineros, hay mucha bendición...

Él hace caballeros de necios aldeanos,
condes y ricoshombres de algunos villanos;
con el dinero andan todos los hombres lozanos,
cuantos hay en el mundo le besan hoy las manos...

Yo vi a muchos monjes en sus predicaciones
denostar al dinero y a sus tentaciones;
al cabo, por dinero otorgan los perdones;
absuelven el ayuno, así hacen oraciones...

Escucha la versión de Paco Ibáñez:



4. Una mujer peligrosa: la caricatura.

Sus miembros y su tipo no son para silenciar,
pues en verdad creed que era gran yegua caballar;
quien con ella luchase mal se habría de hallar:
si ello no lo quisiese, no se la podría derribar.

Tenía la cabeza muy grande, sin medida;
cabellos cortos y negros, más que corneja lisa;
ojos hundidos, rojos, muy poco y mal divisa;
mayor es que de yegua la huella donde pisa;

las orejas mayores que de un añal borrico;
su pescuezo es negro, ancho, velloso, chico;
sus narices muy gordas, largas, de zarapito;
bebería en pocos días el caudal de un gran charco;

su boca es de alano y sus morros muy gordos,
dientes anchos y largos, mal dispuestos y asnudos;
las sobrecejas anchas y más negras que de tordos;
los que quieran casarse aquí no sean sordos.

Mayores que las mías tiene sus negras barbas.
Yo no vi más de ella, mas si tú en ella escarbas,
bien creo que hallarás motivos para bromas;
aunque más te valdría que trillases en tus parvas.

Sobre el vestido traía sus tetas colgadas,
llegábanle a la cintura, aunque estaban dobladas,
pues estando estiradas le darían en las ijadas:
a cualquier son de cítolo bailarían sin ser mostradas.

5. Una batalla gastronómica

Colocó en vanguardia muchos buenos peones:
gallinas y perdices, conejos y capones,
ánades y lavancos y gordos ansarones;
hacían su desfile cerca de los tizones.

Tras de los escuderos están los ballesteros:
los gansos en cecina, costados de carneros,
piernas de puerco fresco, los jamones enteros;
luego en pos de éstos están los caballeros.

Las tajadas de vaca, lechones y cabritos
allí andan saltando y dando grandes gritos;
luego los escuderos, muchos quesuelos frescos,
los cuales espolean a los vinos muy tintos...

El primero de todos que hirió a don Carnal
fue el puerro cuellialbo, e hiriólo muy mal:
le hizo escupir flema, esto fue gran señal;
pensó doña Cuaresma que suyo era el real...

Andaba allí la nutria con muchos combatientes,
golpeando y matando a las carnosas gentes;
a las torcaces matan las sabogas valientes,
el delfín al buey viejo arrancóle los dientes...

El pulpo a los pavones no dejaba vagar,
ni incluso a los faisanes les dejaba volar,
a cabritos y a gamos los quería ahogar:
pues tiene muchas manos, con muchas puede lidiar...

6. La crueldad de la muerte.

¡Ay muerte, muerta seas, bien muerta y malandante!
A mi vieja mataste, ¡matárasme a mí ante!
Enemiga del mundo, no tienes semejante,
de tu memoria amarga no hay quien no se espante.

Al que tú hieres, muerte, te lo llevas muy cruel
al bueno y al malo, al rico y al miserable,
a todos los igualas y llevas por un valer,
por papas y por reyes, no das una vil nuez.

No miras señorío, parentesco ni amistad,
con todo el mundo tienes continua enemistad;
no existe en ti mesura, clemencia ni piedad,
sino dolor, tristeza, pena y gran crueldad...

Dejas el cuerpo yermo a gusanos en fosa,
el alma que lo puebla te la llevas deprisa,
no está el hombre seguro de tu carrera aviesa;
de hablar sobre ti, muerte, espanto me atraviesa...

Haces al que es muy rico yacer en gran pobreza:
no le ueda ni blanca de toda su riqueza;
aquel que vivo es bueno y de mucha nobleza,
vil y hediondo es muerto, aborrecida vileza.

(Versión modernizada de Florencio Sevilla)


REFLEXIONA SOBRE LOS TEXTOS LEÍDOS:

a) ¿Qué es lo que se busca hoy en día en el chico o en la chica que nos gusta?

b) ¿Cómo hay que tratar a ese chico o chica?

c) ¿Qué importancia se le da hoy en día, en nuestra sociedad, al dinero? ¿Qué poderes tiene?

d) ¿Qué significado tiene hoy en día la muerte?

Imagen: http://www.ucm.es/info/especulo/numero25/b_amor1.jpg

Cantar de Mio Cid: el texto



A continuación tienes un fragmento del
Cantar de Mio Cid
en una versión modernizada por Alberto Montaner Frutos.
Léelo y contesta a las siguientes cuestiones.






Se ponen los escudos ante los corazones,

abaten las lanzas junto con sus pendones,
inclinan las caras sobre los arzones,
los iban a herir con valientes corazones

Con grandes gritos proclama el que en buena ora nació:
—¡Heridlos, caballeros, por amor del Creador!
¡Yo soy Ruy Díaz, el Cid Campeador!—
Todos atacan la tropa donde está Pedro Bermúdez,
trescientas lanzas son, todas tienen pendones;
sendos moros mataron, todos de sendos golpes;
al volver a la carga otros tantos son.

Veríais tantas lanzas abatir y alzar,
tanta adarga horadar y pasar,
tanta loriga cortar y desmallar,
tantos pendones blancos salir rojos por la sangre,
tantos buenos caballos sin sus dueños andar.
Los moros llaman —¡Mahoma!— y —¡Santiago!— la cristiandad.
Cayeron en breve espacio moros muertos mil trescientos ya...

A Minaya Álvar Fáñez le mataron el caballo,
bien lo socorren las mesnadas de cristianos.
La lanza ya ha partido, a la espada echó mano;

aunque a pie, buenos golpes va dando.

Lo vio mio Cid Ruy Díaz el castellano,
se acercó a un alguacil que tenía un buen caballo,
con su brazo derecho le propinó tal tajo
que lo cortó por la cintura, la mitad echó al campo;
a Minaya Álvar Fáñez le fue a dar el caballo:
—¡Cabalgad, Minaya, vos sois mi derecho brazo!

1. Resume la escena con tus palabras.

2. En el texto hay mucho dinamismo, mucho movimiento. ¿Cómo se logra crear esa sensación?

3. Explica por medio de qué recursos el narrador destaca al héroe entre el resto de los personajes. Y, además, ¿en qué aspecto concreto incide en los versos finales?

4. ¿Hay algún dato concreto del texto que nos invite a pensar que la guerra tiene relación con la religión?

5. ¿Por qué el poeta agrupa los versos en series?

6. Comenta la rima y la métrica del fragmento del poema.

Imagen: http://www.laits.utexas.edu/cid/main/images/main_left_r2.gif

Poema de Mio Cid: algunas curiosidades


1. ¿Quieres saber qué recorrido realizó el Cid tras salir de Burgos camino del destierro? Puedes obtener más información aquí y en esta otra página.

2. ¿Te gustaría contemplar el manuscrito original del Poema de Mio Cid?

3. ¿Cómo sonaba el poema en la lengua medieval? Trata de averiguarlo pulsando aquí en la palabra interactive.

martes, 13 de enero de 2009

Poema de Mio Cid: ¿Qué nos cuenta?


Sinopsis argumental

El Cantar de mio Cid es un poema épico anónimo del siglo XII que refiere las hazañas de madurez del Cid, en torno al episodio central de la conquista de Valencia, tras ser desterrado de Castilla por el rey Alfonso. Éste lo condena al exilio por haber dado crédito a los envidiosos cortesanos enemigos del Cid, quienes lo habían acusado falsamente de haberse quedado parte de los tributos pagados a la corona por el rey moro de Sevilla. El texto conservado se inicia cuando el Cid y sus hombres se preparan para salir apresuradamente de Castilla, pues se acerca el final del plazo impuesto por el rey Alfonso. Tras dejar el pueblo de Vivar, de donde era natural, dejando allí su casa abandonada, el Cid, acompañado de un pequeño grupo de fieles, se dirige a la vecina ciudad de Burgos. Los ciudadanos salen a las ventanas a verlo pasar, dando muestras de su dolor, pero su pena por el héroe no es capaz de hacerles contravenir la orden real que prohíbe hospedar y abastecer al desterrado. El Cid y los suyos se ven entonces obligados a acampar fuera de la ciudad, a orillas del río, como unos marginados.


En esta situación reciben el auxilio de un caballero burgalés vasallo del héroe, Martín Antolínez, que prefiere abandonarlo todo antes que dejar al Cid a su suerte. Sin embargo, su ayuda no es suficiente, pues el héroe, que carece del oro supuestamente malversado, no posee los recursos necesarios para mantener a sus hombres. Por ello, con la ayuda del astuto Martín, urde una treta: empeñarles a unos usureros burgaleses, Rachel y Vidas, unas arcas aparentemente llenas de los tributos desfalcados, pero que en realidad están rellenas de arena. Consigue así seiscientos marcos de oro, cantidad suficiente para subvenir a las necesidades más inmediatas. A continuación el Cid y los suyos siguen viaje hacia San Pedro de Cardeña, un monasterio benedictino donde se ha acogido la familia del héroe, mientras este se halle en el destierro. La estancia es, sin embargo, muy breve, porque el plazo para salir del reino se agota. Tras una desgarradora despedida, el Cid prosigue viaje y, esa misma noche, llega la frontera de Castilla con el reino moro de Toledo. Antes de cruzarla, el héroe recibe en sueños la aparición del arcángel Gabriel, quien le profetiza que todo saldrá bien.


Animado por el aviso celestial, el Cid entra tierras toledanas dispuesto a sobrevivir en tan duras condiciones, iniciando su actividad primordial en la primera parte del destierro: la obtención de botín de guerra y el cobro de tributos de protección a los musulmanes. Para ello desarrolla una primera campaña en el valle del río Henares, compuesta de dos acciones combinadas: mientras el Cid, con una parte de sus hombres, consigue tomar la plaza de Castejon, la otra parte, al mando de Álvar Fáñez, su lugarteniente, realiza una expedición de saqueo río abajo, hacia el sur. Las dos operaciones resultan un éxito y se obtienen grandes ganancias, sin embargo, al ser el reino de Toledo un protectorado del rey Alfonso, es posible que éste tome represalias contra los desterrados. Por ello, el Cid vende Castejón a los moros y sigue viaje en dirección nordeste. La segunda campaña tendrá como escenario el valle del Jalón. Tras recorrerlo saqueándolo a su paso, el Cid establece un campamento estable, con dos objetivos: cobrar tributos a las localidades vecinas y ocupar la importante plaza de Alcocer. La caída de esta localidad, que el Cantar de mio Cid presenta como la clave estratégica de la zona, hace cundir la alarma entre la población musulmana circundante, que acude a pedir auxilio al rey Tamín de Valencia. Éste, preocupado por la pujanza del Cid, envía a dos de sus generales, Fáriz y Galve, para que lo derroten. Éstos lo asedian en Alcocer, pero el héroe, aconsejado por Álvar Fáñez, decide atacar a los sitiadores por sorpresa al amanecer, lo que le proporcionará una sonada victoria.


Pese al triunfo, el Cid considera que se halla en una situación difícil, así que, como en Castejón, vende Alcocer y prosigue viaje hacia el sudeste. En ese momento, ha adquirido ya tantas riquezas que se decide a enviar a Álvar Fáñez con un regalo para el rey Alfonso, como muestra de buena voluntad y un primer paso hacia la obtención de su perdón. Mientras su embajador va a Castilla, el Cid se adentra por el valle del Jiloca, hasta hacerse fuerte en un monte llamado El Poyo del Cid, nombre que, según el poema, se debe a este asentamiento de su héroe. Desde allí, el Cid realiza diversas incursiones y obliga a los habitantes de la zona a pagarle tributo. Más tarde se desplaza hacia el este, a la zona del Maestrazgo, que se hallaba bajo el protectorado del conde de Barcelona. Éste, al conocer la actuación del Cid, se propone darle un escarmiento y se dirige en su busca con un fuerte ejército. La batalla se producirá en el pinar de Tévar y, como siempre, el Cid resulta victorioso. Además de obtener un rico botín, el héroe y los suyos capturan a los principales caballeros barceloneses y al propio conde. Éste, despechado, decide dejarse morir de hambre, pero al cabo de tres días, cuando el Cid le propone dejarlo en libertad sin pagar rescate, a cambio de que coma a su mesa, el conde accede muy contento, olvidando sus anteriores promesas.


Tras su victoria (bélica y moral) sobre el conde de Barcelona, el Cid comienza su campaña en Levante. Su objetivo último ya no es el saqueo y la ocupación transitoria, como en Castejón y Alcocer, sino la conquista definitiva de Valencia y la creación de un nuevo señorío, donde el héroe y sus vasallos puedan vivir permanentemente. Para ello, el héroe comienza por controlar la zona que rodea Valencia, para estrechar el cerco en torno a ella. Tras la toma de Murviedro (Sagunto), los moros valencianos intentan detener su avance asediándolo allí. Sin embargo, como había pasado antes en Alcocer, las tropas del Cid los derrotan por completo, lo que aún les da más ímpetu en sus propósitos de conquista. Al cabo de tres años, han ocupado casi todo el territorio levantino, dejando aislada a Valencia. Sus habitantes, desesperados, piden ayuda al rey de Marruecos, pero éste no puede dársela. Perdida toda esperanza de socorro, el Cid cierra el cerco y, tras nueve meses de asedio, cuando el hambre aprieta ya a los valencianos, se produce la rendición.


La conquista de Valencia no asegura aún su posesión. Al conocer la noticia, el rey moro de Sevilla organiza una expedición para intentar recuperarla, pero fracasará por completo, al ser derrotado por el Cid y los suyos, que completan con el enorme botín las grandes riquezas obtenidas tras la toma de la ciudad. Afianzada la situación, el Cid toma una serie de medidas para garantizar la adecuada colonización de la ciudad y su organización interna. Incluso aprovecha la llegada de un clérigo guerrero, el francés Jerónimo, para instaurar un obispado valenciano. Además, envía de nuevo a Álvar Fáñez con un nuevo regalo para el rey Alfonso, al que pedirá permiso para que la familia del Cid se reúna con él en Valencia. La embajada es un éxito, pues el rey acepta complacido la dádiva y concede el permiso solicitado. Además, provoca efectos contrarios entre los cortesanos, pues despierta la envidia de los calumniadores que habían provocado su exilio (encabezados por Garcí Ordóñez) y la admiración de otros aristócratas, entre ellos los infantes de Carrión, que se plantean la posibilidad de casar con las hijas del Cid y beneficiarse así de sus riquezas.


Acompañadas por Álvar Fáñez, la esposa y las hijas del Cid, junto con sus damas, se dirigen a Valencia. Mientras tanto, el Cid es informado allí de la decisión real y envía una escolta a buscarlas a Medinaceli, extremo de la frontera castellana. Desde allí, la comitiva avanza hacia Valencia, donde el héroe la espera impaciente. Su llegada es motivo un recibimiento a la vez solemne y alegre. La llegada de la familia del Cid se corresponde con un período de calma y felicidad. Sin embargo, la llegada de la siguiente primavera (época en que los ejércitos se movilizaban) les trae el ataque del rey Yúcef de Marruecos. Se va a librar entonces el mayor de los combates descritos en el Cantar de mio Cid, pues es el único que dura dos días seguidos. Pese a la superioridad numérica del adversario, el empleo de una sabia táctica dará una vez más el triunfo al Cid y a los suyos. Gracias al importante botín obtenido, el héroe puede enviar un tercer regalo al rey Alfonso, de nuevo por mano de Álvar Fáñez. La alegría del rey es tan grande como la ira de los cortesanos enemigos del Cid y el prestigio de éste mueve por fin a los infantes de Carrión a pedirle al rey que gestione sus bodas con Elvira y Sol, las hijas del Cid. El rey accede y decide a la vez otorgar formalmente su perdón al Cid.


La reconciliación del monarca y el héroe se produce en una solemne reunión de la corte junto al río Tajo, que dura tres días. El primero, el Cid es recibido a su llegada por el rey, quien lo perdona públicamente y luego los agasaja a él ya sus hombres. El segundo día es el Cid quien organiza un banquete en honor del rey. Por último, al tercer día, se abordan las negociaciones matrimoniales. El Cid se muestra bastante remiso a este matrimonio, pero accede por deferencia hacia el rey. Acordado, pues, el enlace, la reunión se disuelve y el Cid y los suyos, acompañado por los infantes y por numerosos nobles castellanos que quieren acudir a sus bodas, regresan a Valencia. Allí tienen lugar las nupcias, que se celebran con el lujo apropiado al nivel social que ha alcanzado el Cid y con profusión de celebraciones caballerescas, que duran quince días. Tras las bodas, los infantes se quedan a vivir en Valencia, siendo la convivencia satisfactoria durante un par de años.


Cierto día, un león propiedad del Cid se escapa de su jaula, sembrando el terror por el alcázar de Valencia. El héroe está durmiendo y sus caballeros, que están desarmados, lo rodean para protegerlo, mientras que sus yernos huyen despavoridos y se esconden donde pueden. Cuando el Cid se despierta, conduce de nuevo al león a su jaula como si nada. La admiración que despierta el gesto del héroe es, sin embargo, menor que las burlas que provocan los infantes por su notoria cobardía. Ésta quedará confirmada poco después, cuando las tropas del rey Bucar de Marruecos acudan a intentar de nuevo recuperar Valencia. Allí, frente a las proezas de los demás hombres del Cid, sus yernos huirán ante los moros, y sólo la buena voluntad de los principales caballeros impide que el héroe se entere de ello. Sin embargo, las críticas de que son objeto por parte del resto de sus hombres y la riqueza obtenida tras el reparto del botín les hacen urdir un plan para vengarse de las ofensas sufridas. Para ello, deciden abandonar Valencia con la excusa de mostrarles a las hijas del Cid sus propiedades en Carrión, a fin de dejarlas abandonadas por el camino.


Así lo ponen en práctica y, colmados de regalos por el Cid, se ponen en marcha. Por el camino, intentan asesinar a Avengalvón, el gobernador musulmán de Molina, aliado del Cid. Sin embargo, este descubre sus planes y, por consideración hacia el héroe, los deja marchar. Los infantes y su séquito siguen su marcha, hasta llegar al robledo de Corpes. Allí, tras hacer noche, envían a su gente por delante y se quedan a solas con sus esposas, a las que golpean brutalmente y dejan abandonadas a su suerte. Afortunadamente, su primo Félez Muñoz, al que el Cid había enviado en su compañía, acude a rescatarlas y da aviso al Campeador. Éste, además de enviar a sus caballeros para que traigan de regreso a sus hijas, manda a Muño Gustioz, uno de sus mejores hombres, a querellarse ante el rey don Alfonso. Éste, que había sido el promotor de los desdichados matrimonios, acepta la demanda del Cid y convoca una reunión judicial de la corte, a fin de dictaminar lo más justo.


Las cortes se reúnen en Toledo y a ellas acuden el rey, los infantes de Carrión con sus deudos (a los que se suma Garcí Ordóñez) y el Cid con sus principales caballeros. Éste reclama a sus yernos los dos excelentes espadas, Colada y Tizón que les había regalado al despedirse de ellos. Los infantes se las devuelven y respiran satisfechos, creyendo que el héroe se conforma con eso. Sin embargo, a continuación les reclama los tres mil marcos de la dote de sus hijas, que la disolución del matrimonio les obliga a restituir. Los infantes, que unen a sus anteriores defectos el ser unos dilapidadores, deben devolverle al Cid esa suma en especie, pues carecen de liquidez. Con todo, se avienen a ello pensando, como antes, que la demanda se acaba ahí. De nuevo se equivocan, pues el héroe ha dejado para el final el asunto más grave: la afrenta recibida por el maltrato y abandono de sus hijas. De acuerdo con los usos de la época, se produce un desafío de los caballeros del Cid a los infantes, a los que se suma su hermano mayor, Asur González. El rey acepta los desafíos y determina que las correspondientes lides judiciales se efectuarán en Carrión al cabo de tres semanas. En ese momento, los embajadores de los príncipes de Navarra y de Aragón llegan a la corte para pedir la mano de las hijas del Cid, lo que provoca gran satisfacción en la corte.


El héroe da instrucciones a sus caballeros y regresa a Valencia. Vencido el plazo, se reúnen en Carrión los hombres del Cid y los de Carrión, bajo la supervisión del rey. Tienen entonces lugar los tres combates, con todas las formalidades previstas por la ley. En ellos, los caballeros del Cid, Pedro Bermúdez, Martín Antolínez y Muño Gustioz, vencen a los dos infantes y a su hermano, que quedan infamados a perpetuidad. Los campeones del Cid regresan satisfechos a Valencia, donde son acogidos con gran alegría. En este momento, el héroe, recuperada su honra y emparentado con los reyes de España, ha alcanzado su cumbre. Tras ella, nada queda por contar, salvo recordar que su muerte acaeció en la solemne fiesta de Pentecostés.


Autor: Alberto Montaner Frutos


Imagen: http://www.caminodelcid.org/CSAVisualizarImagen.aspx?Id=1549

lunes, 12 de enero de 2009

Introducción a la épica

Arremetimos contra los troyanos de golpe, igual que un enjambre de avispas enfurecido. A nuestro alrededor, las negras quillas de las naves retumbaban con nuestros gritos. Patroclo gritaba delante de todos, reluciente con las armas de Aquiles. Y los troyanos lo vieron. Deslumbrante, sobre el carro, al lado de Automedonte. Es Aquiles, pensaron. Y de pronto el desconcierto se apoderó de sus tropas , y la turbación devoró sus almas. El abismo de la muerte se abrió de par en par bajo sus pies, que intentaban escapar. La primera lanza que salió volando fue la de Patroclo, arrojada justo al corazón de la contienda: le dio a Pirecmes, el jefe de los peonios. Se le clavó en el hombro derecho, cayó con un grito, desaparecieron los peonios, presas del miedo, abandonando la nave sobre la que ya habían subido y de la que ya habían quemado cerca de la mitad. Patroclo hizo que apagaran el fuego, y luego se lanzó hacia las otras naves. Los troyanos no se arredraban, retrocedían pero no querían alejarse de las naves. El choque fue brutal, y durísimo. Uno tras otro todos nuestros héroes tuvieron que luchar y doblegar al enemigo; uno tras otro caían los troyanos hasta que aquello ya fue excesivo, incluso para ellos, y empezaron a dispersarse y a huir, como corderos perseguidos por una jauría de lobos feroces. Los cascos de los caballos levantaron una nube de polvo contra el cielo cuando se pusieron al galope. Huían, entre los gritos y el tumulto, cubriendo todas las sendas del horizonte. Y allí donde más densa era su fuga, allí se lanzaba Patroclo, gritando y matando: muchos hombres cayeron bajo sus manos, muchos carros se volcaron con estrépito. Pero la verdad es que él ansiaba encontrar a Héctor, para su propio honor y su propia gloria. Y lo vio. En un momento dado, en medio de los troyanos que intentaban, en su huida, cruzar de nuevo la fosa, lo vio y corrió tras él; a su alrededor había guerreros que huían, por todas partes; la fosa frenaba la carrera, lo hacía todo más difícil, saltaban los timones de los carros de los troyanos y los caballos se marchaban de allí al galope, como ríos desbordados. Pero Héctor... Héctor tenía la habilidad de los grandes guerreros: se movía en la batalla escrutando el sonido de las lanzas y el silbido de los dardos; sabía adónde ir, cómo moverse; sabía cuándo estar con sus compañeros y cuándo abandonarlos, sabía cómo esconderse y cómo dejarse ver. Se lo llevaron de allí, veloces como el viento, sus caballos, y Patroclo se dio entonces la vuelta, y empezó a llevar a los troyanos hacia las naves: les cortaba la retirada y los empujaba de nuevo junto a las naves: era allí donde quería acabar con todo y aniquilar; le dio a Prónoo en la parte del pecho que el escudo dejaba al descubierto, vio a Téstor que estaba agachado en su carro, como atontado, y lo traspasó con su lanza, justo aquí, en la mandíbula: la punta de bronce atravesó el cráneo. Patroclo levantó la lanza, como si hubiera pescado algo, y el cuerpo de Téstor se levantó por encima del borde del carro, con la boca abierta, y con una pedrada Patroclo le dio entre ceja y ceja a Erilao: dentro del yelmo la cabeza se partió por la mitad. Cayó al suelo el héroe y sobre él descendió la muerte que devora la vida; y también devoró las de Enmante, Antófero, Epaltes, Tlepólemo, Equio, Piris, Ifeo, Evipo, Polimelo: todos a manos de Patroclo. "¡Vergüenza! -se oyó la voz de Sarpedón, hijo de Zeus y jefe de los licios-. ¡Vergüenza! Huyendo delante de ese hombre. Yo me enfrentaré a ese hombre. Yo quiero saber quién es." Y se bajó del carro. Patroclo lo vio y se bajó él también. Estaban el uno frente el otro, como dos buitres que se pelean en una alta roca, con el pico curvado y ganchudas garras. Lentamente caminaron el uno contra el otro. La lanza de Sarpedón voló por encima del hombro izquierdo de Patroclo, pero la de Patroclo le dio de lleno en el pecho, donde está encerrado el corazón. Sarpedón cayó igual que una gran encina abatida por las hachas de los hombres para ser convertida en quilla de nave. A los pies de su carro quedó tendido, arañando con las manos entre estertores el polvo ensangrentado. Agonizaba como un animal...

Alessandro Baricco: Homero, Ilíada.

El texto que acabas de leer pertenece a una epopeya clásica -La Ilíada- y puede servirnos como introducción a la poesía épica medieval española, en la que se habla de las hazañas de nuestros héroes medievales. Las epopeyas cuentan el pasado fabuloso de los pueblos de la Edad Antigua. Sus protagonistas son dioses y héroes mitológicos. Este texto puede servirnos para analizar las características de los héroes.

CUESTIONES:

1. ¿Quién es el protagonista de esta historia?

2. ¿Puede considerarse un héroe? ¿Por qué?

3. ¿Qué cualidades le atribuye el narrador?

4. ¿Qué cualidades consideras como características de un héroe de hoy en día? Si quieres, para resolver esta pregunta puedes consultar estos enlaces:

a) Un héroe griego

b) Un héroe corriente

c) El deportista

d) El desmadre de los héroes (título de la crónica)

5. ¿Quién es tu héroe? ¿Por qué?

Fotografía: http://cyberwarriorblog.files.wordpress.com/2007/12/ayax-aquiles1.jpg

viernes, 9 de enero de 2009

La primitiva lírica peninsular: los poemas

Imagen: http://www.moleiro.com/shop_fotos/CA-LAA-1128-750px-book-shop-online.jpg

Una vez que conocemos las características de este tipo de textos, vamos a leer y a analizarlos con detalle.

1.

Ondas do mar de Vigo
se vistes meu amigo?
E ay Deus, se verrá cedo!
Ondas do mar levado
se vistes meu amado?
E ay Deus, se verrá cedo!
Se vistes meu amigo
o porque eu sospiro?
E ay Deus, se verrá cedo!
Se vistes meu amado
por que ey gran coydado?
E ay Deus, se verrá cedo!

Escuchar

Olas del mar de Vigo:
¿habéis visto a mi amigo?
Dios, mío, vendrá pronto?
Olas del mar alzado:
¿habéis visto a mi amado?
Dios mío ¿vendrá pronto?
Habéis visto a mi amigo,
aquel por quien suspiro?
Dios mío ¿vendrá pronto?
¿Habéis visto a mi amado,
por quien tengo cuidado?
Dios mío ¿vendrá pronto?
2.

¿Qué faré, mamma?
Meu al-habib est' ad yana.
¿Qué haré, madre?
Mi amado está a la puerta

3.

Si la noche se hace escura

y tan corto es el camino,

¿cómo no venís amigo?

La media noche es pasada

y el que me pena no viene:

mi desdicha lo detiene,

¡qué nascí tan desdichada!

Háceme venir penada

y muéstraseme enemigo.

¿Como no venís amigo?

4.

Gar, ¿qué fareyu?,
¿cómo vivrayu?
Est' al-habib espero,
por él murrayu.

Di ¿qué haré?
¿cómo viviré?
A mi amado espero, por él moriré.


5.

Ya cantan los gallos

amor mío y vete;

cata que amanece.

Vete, alma mía,

más tarde no esperes,

no descubra el día

los nuestros placeres.

Cata que los gallos,

según me parece,

dicen que amanece.

6.

Mia irmana fremosa

Mia irmana fremosa, treides comigo
a la ygreia de Vigo, u e o mar salido.
E miraremos las ondas.

Mia irmana fremosa, treides de grado
a la ygreia de Vigo, u e o mar levado.
E miraremos las ondas.

A la ygreia de Vigo, u e o mar salido,
e verra i mia madre e o meu amigo.
E miraremos las ondas

A la ygreia de Vigo, u e o mar levado,
e verra i mia madre o meu amado
E miraremos las ondas.

Hermosa hermana mía

Hermosa hermana mía, vente conmigo
a la iglesia de Vigo, donde está el mar agitado.
Y miraremos las olas.

Hermosa hermana mía, vente de buen grado
a la iglesia de Vigo, donde está el mar enfurecido.
Y miraremos las olas.

A la iglesia de Vigo, donde está el mar agitado,
allí vendrá, madre, mi amigo
Y miraremos las olas.

A la iglesia de Vigo, donde está el mar enfurecido,
allí vendrá, madre, mi amado
Y miraremos las olas.

ACTIVIDADES:

a) Identifica quién está hablando en cada poema.

b) Observa en cuáles de ellos se dirige a alguien en concreto.

c) Señala el tema (de qué hablan los textos).

d) Observa la forma (breves / extensos; con / sin estribillo; paralelismos; repeticiones; interrogaciones retóricas, etc.).

Para saber más:

- Cantigas de amigo

- Cantigas de amigo para escuchar

- Cantigas de amigo

- Las jarchas

- Para escuchar las jarchas





La lírica medieval



Aunque nosotros estamos estudiando la primitiva lírica peninsular, aquí tienes un extraordinario trabajo del profesor Manuel Guerrero sobre la lírica medieval. Si lo sigues con atención, tendrás una visión de conjunto de la poesía lírica escrita y cantada en esa época y, además, te permitirá comprobar tus conocimientos por medio de actividades interactivas.

Procedencia de la imagen: http://www.kalipedia.com/kalipediamedia/lenguayliteratura/media/200704/18/literaturauniversal/20070418klplylliu_46.Ies.SCO.jpg

La lírica tradicional

Como sabemos, la primitiva lírica peninsular engloba tres tipos de composiciones poéticas que presentan semejanzas temáticas y formales. De igual manera, recogen parte de la variedad lingüística existente por aquellos siglos en la Península. El vídeo que tienes a continuación sintetiza bien las características de las jarchas mozárabes, las cantigas de amigo galaico-portuguesas y los villancicos castellanos.



La Edad Media


Este vídeo, al que he llegado vía Diver Bitácora, puede servirnos de introducción al mundo medieval (la sociedad feudal, la importancia de la religión, las guerras, las epidemias, etc.).





A continuación, puedes leer dos fragmentos literarios cuyo contenido está relacionado con lo que acabas de ver. Están extraídos de la novela Historia del rey transparente, un texto actual que nos permite conocer la sociedad medieval a través de las dificultades que pasa una joven en la época de la que hablamos. El primero nos habla del odio del vasallo hacia el señor; el segundo, nos introduce en el mundo de la guerra, un tema típicamente medieval:

Me da lo mismo quién gane este combate. Bajo el Rey de Aragón o el Rey de Francia nuestra vida seguirá siendo una mísera jaula. Para el Señor sólo somos animales domésticos, y no los más preciados: sus alanos, sus bridones, incluso sus palafrenes son mucho más queridos. Tenemos que trabajar las tierras del amo, reparar sus caminos y sus puentes, limpiar las perreras, lavar sus ropas, cortar y acarrear la leña para sus chimeneas, pastorear su ganado y hacerlo pasear por los campos del señorío para fertilizarlos con sus excrementos. Tenemos que pagar el diezmo eclesiástico, y los rescates de Abuny y sus hombres cuando resultan vencidos en sus estúpidos torneos; tenemos que costear el nombramiento de caballero de sus hijos y las bodas de sus hijas, y contribuir con una tasa especial para las guerras. El molino, el horno y el lagar son del amo, y nos pone un buen precio cada vez que vamos a moler nuestro grano, a cocer nuestro pan o prensar nuestras manzanas para hacer sidra. Ni siquiera podemos casarnos o morirnos tranquilos: tenemos que pagarle al amo por todo ello. No conozco a un solo villano que no odie a su Señor, pero somos animales temerosos.

Rebusco durante un rato intentando respirar lo menos posible, y al cabo encuentro un cuerpo que parece ser de mi tamaño y cuya armadura se halla en buen estado. Tiene el yelmo hendido por un tajo que le parte la cara hasta la mejilla; el corte es de una negrura tenebrosa bajo la luz lunar, un fulgor de seca oscuridad que ocupa todo el lado izquierdo de su rostro, el lugar donde antaño existió un ojo. El otro lado es suave y delicado bajo los tiznones de la sangre: es un guerrero muy joven. Con pulso tembloroso le desato el cinturón de caballero, del que todavía penden la daga y el hacha de guerra, e intento desnudarle: el cuerpo está rígido, encogido sobre sí mismo, petrificado en la postura de un niño que duerme. Le arranco las manoplas, las espuelas, las botas de cuero y las brafoneras que cubren sus piernas. Tengo que estirar sus brazos con un sordo chasquido para poder extraer la larga cota de malla. Desato las lazadas de su almilla acolchada y se la quito. Por la camisa abierta se entrevé su pecho blanco y suave, carente de vello, cruzado por los oscuros verdugones de los golpes. No puedo aprovechar el casco ni el almófar de malla que protegen su cuello y su cabeza porque están partidos por el tajo y sus rebordes se han hundido en el cráneo. Busco a mi alrededor y encuentro otro cadáver al que le falta un brazo, pero que conserva el yelmo intacto...

Rosa Montero: Historia del Rey Transparente

Procedencia de la imagen:http://cvc.cervantes.es/obref/quijote/edicion/ilustraciones/imagenes/970.jpg

lunes, 5 de enero de 2009

Retrato

Es una persona con la cabeza tan pequeña como un perla y el cuerpo tan grueso como un gran tronco de un árbol. Su estatura es normal, ni alto ni bajo. Su piel es muy pulida, como la de un chino. Tiene los ojos medio dormilones, los labios son bien finos y tan rojizos como una cereza. Su barriga es como un gran barril de comida.

Sus pies son grandes, como los de un elefante, sus manos también y las tienen muy maltratadas porque las tienen rasposas.

A veces, su carácter es un poco negativo, pero es una buena persona. Sin embargo, es muy perezosa, tranquila, lenta y paciente. Parece un mono perezoso.

Imagen: http://static.flickr.com/26/60594470_b7e775ac27_m.jpg


Realizados por Luis Dias, 3º E.

Descripción de un lugar

El Picuezo y la Picueza, gigantes de Autol

No puede mencionarse Autol sin una referencia a esas joyas de la naturaleza: el Picuezo y la Picueza. Son dos grandes monolitos arcillosos con forma de personas ubicados muy cerca del Cidacos. La erosión los ha ido esculpiendo y moldeando de tal forma que parecen gigantes petrificados. Al más alto se le da carácter varonil, por sus 42 metros de altura y se le llama Picuezo; y al compañero, quizás por su menor tamaño, 28 metros, se le da calidad femenina y el nombre de Picueza.
Hay a su lado una forma redondeada y plana, conocida con el nombre de torta, y se dice que fue la causa de su conversión en dura roca por negarse esta pareja a compartir su pan con un pobre.

Carlos Motoso, 3º E.

Imagen: http://www.autol.org/uploads/pics/picuezopicueza.jpg